miércoles, diciembre 13, 2006

Introspección XVI.

El frío me cala los huesos. Aunque a estás alturas ya no distingo entre frío y soledad. A veces parecen lo mismo. He empezado a creer que uno llega junto con la otra. El año se termina y nuevamente llegan los achaques y reclamos de siempre: qué si debo corregir el camino, qué si tengo que cambiar mi forma de ser, qué si debería ser más positivo, qué si debo utilizar mis contactos para ya ponerme a trabajar como la gente normal, qué si debo aprender a apreciar con la gente que no tolero porque no comulgo con su forma de pensar y un sin número etcéteras. Pero sí de algo estoy convencido es de mi forma de ser, aunque a veces a mi mismo me cause conflictos internos productos de mi extraña forma de ser, una reclusión social en convivencia. Sólo soy yo cuando leo en mi cuarto, cuando escribo o simplemente cuando estoy con un amigo (a) que estoy seguro me entiende sin necesidad de entrar en detalles, donde el silencio a veces basta para descifrar muchas cosas, Nietzsche lo dijo y lo hizo bien: Se sabe que se tiene un amigo cuando el silencio entre ambos llega a ser agradable, palabras más palabras menos.
Este año ha sido raro. Catártico en muchos sentidos y sorpresivo en la mayoría de este. Lleno de reencuentros con gente de antaño y de la que volví a saber de ellos a través del arte moderna que es el bloggear, de sembradíos amistosos por este mismo arte y de una convivencia con gente valiosa en el sentido personal y literario que sólo se ha podido mantener gracias al Internet. Una forma de suplir los kilómetros o el escaso dinero.
Pero también ha sido un año de cumplir sueños alargados por el tiempo y la circunstancia, realizados en la complicidad de la amistad, en la alberca del descubrimiento, la incertidumbre y de lo porvenir, pero siempre y como ya es costumbre en el aire a misterio que otorga la condición del secreto, quizá a voces para muchos, pero para otros y los más intolerantes, sigue siendo eso, un secreto, tal vez producto de la ficción propia.
Es tiempo de espera inconmensurable para la realización de proyectos grandes tanto compartidos como personales.
Estas semanas antes de finalizar el año deben ser utilizadas para lo importante, leer lo que me falta de mi biblioteca personal, seguir escribiendo, dos cosas que hago lo mejor que puedo y al menos me salen mejor que la propia vida cotidiana, pero también quizá deban servir para dejar aún lado las quimeras y centrarme en el mundo real.
Por lo pronto tengo la literatura para volar y Volpi me está doliendo con su novela El temperamento melancólico y antes lo hizo junto con Urroz y Padilla en el libro de relatos o noveletas cortas: Tres bosquejos del mal. Una reunión bastante interesante, con perspectivas diferentes de ver el mal y narrarlo, defendiendo ya un estilo en conjunto y propio.
En fin. Hoy a estas horas y aquí, Puebla en este cierre no es la misma. No podré ver a Jenny, mi psicóloga preferida, en estas semanas pues anda con los suyos en Paraguay.

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