domingo, septiembre 03, 2006

Introspección VI.

Los grandes libros nos rechazan hasta que nos sientes dignos de ellos o hasta que, resignados, comprenden que jamás estaremos a su altura
Rodrigo Fresán. El virus del Quijote. (Algunas esporas).
1er número revista Revuelta.

Las novelas acostumbran a doler, siempre y cuando estén bien escritas o dan en el punto clave. Una buena novela logrará identificarnos a como de lugar. Hay escritores atrevidos que salen a buscar al lector, lo enfrenta, lo llevan y lo traen por donde quieren, pero existen aquellas obras esperanzadas en ser encontradas por el lector ideal.
Empero, hay obras que sólo buscan desmitificar, ser constancia de los hechos, tal vez testigo de lo ya sucedido u ofrecer otra versión de lo ya dicho y sin querer acaban lastimando y penetrando más de lo esperado. Haciendo el doble efecto: provocar el sentimiento y la reflexión.
Eso me paso con Zapata de Palou, la más reciente novela del escritor afortunadamente poblano y perteneciente a la generación del Crack. Inevitable me fue no identificarme con un ser al que se le dio una responsabilidad que nunca eligió: hacerse cargo de unas escrituras, casi sagradas. Y así, solo, es como empezó su camino en una revolución que prometía mucho para México y acabó siendo lo mismo. Hasta la fecha siguen vigentes los reclamos de Zapata; la dignidad del indígena mexicano, el mismo que siembra las escasas tierras. Antes optaban por ir a la ciudad en busca de un mejor modo de vida, ahora tienen que librar un largo camino para cruzar la frontera y llegar a los Estados Unidos, el objetivo, el mismo: una mejor calidad de vida.
Zapata murió solo. No había gente capaz de entenderlo. Tantito por su cerrazón y timidez, pero también por la falta de visión del otrora.
Esta lectura nueva que nos Palou sobre Zapata me viene a recordar al “Che” Guevara, ambos hasta la fecha son unos íconos vigentes, sus peleas de cierta forma eran parecidas por no decir iguales: dignidad del indígena mexicano en el caso del primero y dignidad del latino en el caso del otro, pero también buscaban cambiar las instituciones, darle voz a los que siempre han permanecido en el olvido y una igualdad de la sociedad donde la diferencia entre educación y nivel económico no fuera tan abismal en el peor de los casos o inexistente. Ambos en cierta forma odiaban ocupar algún cargo en el gobierno, no les gustaba la política burocrática, preferían el campo de batallas: a veces eran con armas y otras a través del discurso ya escrito, ya hablado. Y por último siempre eran perseguidos por las fuerzas nacionales del gobierno en turno, nadie pudo atraparlos, si no hasta que ellos sintieron que ya era hora. Sabían que tarde o temprano iban a morir ya por la vía natural, ya por la vía de la pelea por los ideales, escogieron la segunda, no para ser héroes, más bien en pro de una coherencia con sus sentimientos, pensamientos, por amor propio.
Y esta novela me dolió por mi admiración al “Che” Guevara, pero también por una revaloración de un personaje no tan apreciado –ello no demerita sus estudios y demás parafernalia alrededor-, pero precisamente es eso la diferencia entre lo ya dicho y lo ahora escrito por Pedro, nadie lo había abordado de tal forma. Es mas, nadie se preocupo por el humano que fue, es y era Zapata.
Me calo probablemente por la soledad que siente ahora y me identifique con Zapata. También por los tiempos políticos en los que se encuentra México. Las peleas por encima se dirían son las mismas, pero en el fondo el arrastre histórico de los problemas no resueltos o abordados a medias siguen pesando aun, a casi ya 100 años de distancia.
Ambos se dejaron morir físicamente. Mentalmente ya habían muerto cuando perdieron a sus allegados en la pelea, a familiares y demás. Cuando se dieron cuenta que todo ello era una batalla interminable, se trataba de matar al monstruo de las mil cabezas y que en el camino probablemente se convirtieron también en asesinos, matando a todo aquello que oliera a enemigo. Pero héroes, mártires, asesinos o simples guerrilleros, habrá que estarles agradecidos por hacer suya una lucha y responsabilidad que no les pertenecían y poner el dedo en la yaga. Abrirla. Mostrarla. Evidenciarla.
¿Ahora quién será el valiente que se atreverá a curarlas para buscar su pronta cicatrización?

4 comentarios:

Clarice Baricco dijo...

¿Cuántos Zapatas necesita este país para que cambie?

¿Cuántos Palou se necesitan para que este país lea?

En mi lista para comprar el libro.

Un abrazo...

crayola dijo...

Hola Alfredo!

Es pequeño el mundo, estuve trabajando un rato en revuelta y ya había oído hablar de ti en rectoría.

Permítaseme una brevísima presentación.

Soy Mariel Martínez, estudio 3er semestre de literatura en la Udla.
Leo y escribo.

Creo que es todo.

Una vez llegué preguntando qué hacer para iniciar un taller en la casa de la cultura "Pregúntale a Alfredo" dijeron. Bien. Eso es lo que sé de ti. Estudias literatura en la buap y ya. También haces cosas, de eventos culturales y asi. Yo también. Me metí a la mesa de filosofía y letras para hacer boletines y eventos. Pienso que tal vez nos hayamos visto alguna vez. Tal vez nos presentaron pero se nos olvidó (factible en mi caso) ¿Qué tal si vamos a tomarnos un café y platicar un poco? Tal vez puedo colaborar con tu evento de blogs. Tal vez tengamos proyectos culturales comunes. No sé.

un saludo.

Sovka dijo...

ME GUSTAN ESTAS INTROSPECCIONES... CADA VEZ SE PONEN MÁS BUENAS :)

TE MANDO UN ABRAZOTEEEE!!!

Sandra Becerril dijo...

Buena pregunta... ahora, quién será el valiente?

Y hoy me acordé de ti... hubo una novela que me dolió tanto tanto

besos